Eran pulpa de granada. Sus rizos eran rojo enfurecido. Su cabeza era sol
eclipsado como el corazón del fuego. Rojo como la manzana cuando cae
del árbol.

Era hechicera y su cuerpo cauce de agua viva. Con su continuo vaivén iba
de a poco inventado el mundo. Creó primero los cielos con toda su azul
oscuridad, después aparecieron a su costado montes y cerezas. Hechizó
el mundo entero y apareció toda esa tierra iluminada, todos esos azules
escondidos entre plumajes de aves que vuelan sin sentido. Inventó las
ramas secas. De entre sus manos resbalaron semillas y nueces. Todo el
universo encapsulado en la mirada de la hechicera que se pasa los días
recolectando paja para hacer un nido, o una cama, o un refugio para
esconderse de toda esa existencia nueva que reverbera.

Hechicera tus artimañas se convirtieron en vida.

Hechicera, ya no estás sola.

Hechicera, no temas, este es el mundo.